Por el 20 aniversario de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos Ya sé que avivar un dolor que se quiere olvidar probablemente no parezca sensato. Pero es necesario volver adonde todo acabó, adonde aparentemente no queda nada, para recuperar los pedazos faltantes, con los cuales habrá que remendar el corazón, con cuidado y con mucha paciencia, para no ocasionar más estragos. La primera vez que vi Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004), supe que no había una mejor manera de representar el caos que deja una ruptura amorosa. Y es que, con el pasar de los días, aunque nos vamos haciendo la idea de que todo ha cambiado, y que la vida seguirá diferente, pareciera que la mente se negara a aceptarlo, como si decidiera rebelarse a las trágicas circunstancias y comenzara a actuar por su cuenta, sobrepasándonos. Nosotros sabemos que todo se ha ido al carajo, o que fuimos encaminándonos lentamente hacia allá, pelea tras pelea, con conversaciones cada vez más predecibles, con
Quiero aprovechar este escrito para expulsar todo el odio y aberración que le tengo a las altas temperaturas, y a los responsables de éstas: sean los mandatarios y magnates —ya no me importa si son chinos, indios o gringos—, que no dejan de agujerear un solo segundo nuestra capa de ozono con su gusto al petróleo, al carbón y a sus puros carísimos; sean las estúpidas vacas, que, con tan sólo vaciar sus estómagos, hacen que suba la temperatura del mundo; o los conductores cuyos salarios más altos les permiten diariamente salir a obstruir las principales autopistas y llenarlas de humos… Los taladores de árboles y, ¿por qué no?, las personas a las que les fascina el calor; ellas también merecen ir al infierno sólo por pensar que el calor es agradable. ¿O es que ya no razonan bien a ciertas temperaturas? Voy camino a una entrevista de trabajo con saco y corbata, y el metro se ha quedado parado en el túnel de la estación Pino Suárez. Frente a mí, detrás de un hombre que va de pie, con la mar