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Entradas

Los que no saben bailar

El hombre frente a mí tiene la cara agria, el ceño le pesa y tuerce la boca de un lado a otro. Tiene puesta la mirilla en la espalda escotada de su esposa, quien baila salsa con un muchacho alto que se levantó para llevarla a la pista hace rato; van ya por la tercera canción al hilo y no se separan, incluso han comenzado a charlar. Al hombre empieza a darle un tic en el párpado izquierdo, que contiene con bruscas gesticulaciones, con el entrecejo apretado. Pareciera estar a punto de jalar un gatillo que estallará la pólvora que hay en sus ojos. Pero hace una pausa para dar un sorbo a su bebida mezclada con cola. Cuando deja el desechable sobre la mesa, la música cesa con las ovaciones de los presentes. El muchacho agradece a la mujer de vestido verde y ésta vuelve a su silla, exhausta, a un lado de quien iba a ejecutarla, a la distancia, hace unos instantes tan sólo. —¿Cansada? —pregunta el hombre de corbata azul cielo al mirar las mejillas chapeadas de su mujer. —Sí —contesta el...
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¡Échale flit!: Crónica de un primer beso con insecticida

Arantza no paró de molestar: antier, no dejaba de pellizcarme las piernas por debajo de nuestro pupitre, cada vez que el profesor Misael se alejaba al fondo del salón. Se reía como loca, con ese diente de metal que siempre se le asoma cada que abre la boca. Un pellizco y jijijí. Otro pellizco y jijijí. ¡Qué coraje que me hayan cachado justo cuando iba tomando vuelo para pegarle un puñetazo en la cara! “Pero ¡¿qué te pasa, José? ¿Qué vas a hacer?!”. El profesor no escuchó mis quejidos toda la clase; pero sí, el gritote que dio Arantza cuando me levanté frente a ella todo enojado. Cuando volví de la dirección, ya no estaban ni mi lápiz ni mis colores en mi lapicera, ésos me los acababa de comprar mi mamá. Pero la profesora Patricia sí escuchó cuando le grité a Arantza que me los entregara; ella ya sabe que es una ratera, y que yo nunca digo mentiras. La regañó feo frente a todos; pero sólo tuve de vuelta mi lápiz, quién sabe dónde escondió lo demás. Cuando íbamos a esculcarla, abrazó s...

El cumpleaños parte 2

Llegué puntual a la cita, a mi bar predilecto de la ciudad, sobre la avenida del Palacio de la Danza; pero no había nadie esperando: todas las mesas estaban ocupadas; las parejas y los grupos de amigos cotilleaban entre sí, jocosos, sedientos; las palabras salían de sus bocas como bichitos voladores, brillantes, como luciérnagas amarillentas que revoloteaban por encima de sus cabezas; quienes ya habían sido picados por el alcohol arrojaban chispitas que reventaban en el aire al chocar entre sí; pequeñas centellas salían botadas al hipar, que subían hasta el techo como globos de helio, y allí se quedaban un rato. Mis labios se hundieron en la espuma de marfil que coronaba mi vaso; un sorbo muy grande, seguido de una pequeña pausa, y éste quedó casi vacío. Volteé hacia un lado, revisé otro: en las escaleras que iban a la terraza, a la puerta del baño de damas, al letrero luminoso sobre la entrada, a los reflejos que hacían las puertas de vidrio templado. Pero, de entre todas las person...

El cumpleaños

I El teléfono sobre el buró sonó al amanecer. Las blancas cuerdas de luz que entraban por la ventana ya se habían adherido al reluciente plástico verde; de su superficie lisa y curveada, vino el reflejo desfigurado de una mano adormilada que, con dificultades, intentó varias veces, sin puntería, descolgar la bocina desde la cama. —Muy buenos días —dijo la apacible voz de un joven del otro lado de la línea—. Me comunico con usted para informarle que el día de hoy será todo un éxito. Habrá mucho sol, como ayer; pero logramos juntar las nubes suficientes para que los rayos ardientes no lo molesten cuando estén en su punto. ”Dado que no le gusta el calor —continuó—, hemos ajustado la temperatura para que no rebase los quince grados. Nuestros ventiladores mantendrán una corriente muy fresca en toda la ciudad hasta que el sol se ponga. También hemos retrasado la hora del anochecer, como siempre lo pide, para que pueda realizar todas sus actividades sin ninguna premura. Alrededor de las o...

Nuestra caja de recuerdos

Por el 20 aniversario de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos Ya sé que avivar un dolor que se quiere olvidar probablemente no parezca sensato. Pero es necesario volver adonde todo acabó, adonde aparentemente no queda nada, para recuperar los pedazos faltantes, con los cuales habrá que remendar el corazón, con cuidado y con mucha paciencia, para no ocasionar más estragos. La primera vez que vi Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004), supe que no había una mejor manera de representar el caos que deja una ruptura amorosa. Y es que, con el pasar de los días, aunque nos vamos haciendo la idea de que todo ha cambiado, y que la vida seguirá diferente, pareciera que la mente se negara a aceptarlo, como si decidiera rebelarse a las trágicas circunstancias y comenzara a actuar por su cuenta, sobrepasándonos. Nosotros sabemos que todo se ha ido al carajo, o que fuimos encaminándonos lentamente hacia allá, pelea tras pelea, con conversaciones cada vez más predecibles, con...

¡Maldito calor!

Quiero aprovechar este escrito para expulsar todo el odio y aberración que le tengo a las altas temperaturas, y a los responsables de éstas: sean los mandatarios y magnates —ya no me importa si son chinos, indios o gringos—, que no dejan de agujerear un solo segundo nuestra capa de ozono con su gusto al petróleo, al carbón y a sus puros carísimos; sean las estúpidas vacas, que, con tan sólo vaciar sus estómagos, hacen que suba la temperatura del mundo; o los conductores cuyos salarios más altos les permiten diariamente salir a obstruir las principales autopistas y llenarlas de humos… Los taladores de árboles y, ¿por qué no?, las personas a las que les fascina el calor; ellas también merecen ir al infierno sólo por pensar que el calor es agradable. ¿O es que ya no razonan bien a ciertas temperaturas? Voy camino a una entrevista de trabajo con saco y corbata, y el metro se ha quedado parado en el túnel de la estación Pino Suárez. Frente a mí, detrás de un hombre que va de pie, con la mar...

Soñar con danzón

La cama que surca la noche ha quedado varada en los pensamientos que anteceden al sueño. Parece que el tráfico es denso sobre la almohada. Habrá que esperar un poco más en la oscuridad. Pero no es una situación que los audífonos, con la música predilecta, no puedan sobrellevar.  La reproducción aleatoria ha soltado un hermoso danzón para amenizar el camino hacia el sueño: Nereidas. Aunque los pies quieren moverse al son de la orquesta, el cansancio de la jornada los tiene cautivos. Sólo al cerrar los ojos se cumple la fantasía. Y allí está uno de nuevo, imaginándose en una agraciada pieza con una bella pareja cuyo rostro es anónimo.  Al poco rato, el ritmo lento y cadencioso se hace del cuerpo. Los ademanes figuran un torso al que abrazan en la oscuridad, en la imaginación que los mueve, que guían los trombones del delicioso montuno. Los bailadores quedan embelesados y, aunque no tienen rostro, se miran y sienten mientras la música los fusiona. Las caderas se juntan más unas c...