—Porque no me gusta cuando el sabor del agua se mezcla con el
de la comida en mi boca —dije al momento de despegar mis labios del vaso de
agua de jamaica que estaba bebiendo; lo coloqué sobre la mesa, a un lado de mi
plato vacío, y observé a mi alrededor, de un extremo a otro de la mesa, como ésta
se iba vaciando.
—¿Cómo dijiste? —preguntó mi amigo, sentado a mi lado derecho,
quien no me había preguntado nada antes de eso; me miraba completamente
desentendido—. ¿A quién le hablas? —dijo preocupado.
Acababa de recordar que, hace varios años, mientras comía con
mi expareja, ésta me había preguntado por qué jamás bebía de mi vaso mientras
comía mis alimentos. Había dicho, en seguida, que le parecía algo muy curioso
que tuviera que esperar al hasta el final para dar el primer sorbo a mi bebida,
cuando ella había terminado ya con la suya desde los primeros minutos.
En aquel momento, le respondí que no lo sabía, que sería
solamente eso que decía: una curiosidad sobre mí, de ésas que cada quién tiene;
pero ella había descubierto la primera de las peculiaridades que yo observaba ahora,
que me parecían de lo más interesantes.
A mi costado izquierdo, por ejemplo, mi amiga platicaba con
un muchacho alto; que había terminado ya con su ración mientras ella, después
de unos veinte minutos, aún condimentaba con orégano su carne deshebrada.
Seguramente, en ese momento, el joven pensó que ella había olvidado su apetito
durante su larga plática; trataba de hablar lo menos posible para dejarla
comer.
Posiblemente, si ambos hubieran tenido la suficiente
confianza, la pregunta que el muchacho alto le habría hecho a mi amiga hubiera
sido: “¿Por qué siempre hablas demasiado mientras comes?”, y el comentario que
acompañaría su formulación, algo como: “Hablas tanto que, al final, tu comida
termina enfriándose, como si no la quisieras”.
Pero lo cierto es que mi amiga siempre ha tenido un apetito
descomunal, aunado a una hermosa paciencia del mismo calibre. Seguramente sus
palabras habrían sido muy precisas si hubiera tenido que contestarle: “Porque,
mientras más hablo, extiendo más el tiempo que hay para terminar de comer, así
como para disfrutar cada bocado”.
Por el contrario, si el muchacho alto se hubiera visto en una
situación así, habría respondido que la atención sobre su cuerpo era el motivo
por el cual siempre terminaba primero que todos en la mesa, porque el que
termina de comer primero se lleva los elogios de un gran apetito, un apetito en
proporción a su cuerpo alto y robusto, por supuesto. De todos los que quedaban
sentados aún, él era el más grande.
¿Estás bien? —peguntó de nuevo mi amigo. A lo cual yo rehuí
de inmediato diciendo:
—¿Hay alguna particularidad que hagas al momento de comer?
Después de mirarme como si fuera un loco, respondió que sí.
Él solía sacarse los zapatos por debajo de la mesa; lo hacía en el momento de
la comida porque nadie se asomaría a ver qué habría debajo. Su justificación
era la de relajar sus pies al mismo tiempo que degustaba una comida sabrosa.
Mientras me lo contaba, noté que el mesero había vuelto a
servirle más agua a la chica que estaba en el otro extremo de la mesa. Tal vez
su táctica, contraria a la mía, era la de terminar primero el agua para que
alguien se ofreciera a llenarle su vaso y ella no tuviera que levantarse.
Durante toda la comida, sólo había dicho frases tan cortas como “por favor” y “gracias”.
—¿Y la tuya cuál es? ¿Cuál es tu
peculiaridad? —preguntó de vuelta mi amigo.
Yo respondí que siempre dejaba intacta mi bebida sobre la
mesa porque no me gustaba que el sabor del agua se mezclara con el de la comida
en mi boca.
Al decir eso, sentí algo parecido a lo que sucede al pasar el
bocado final de un delicioso postre por el esófago. Me sentí completamente
lleno y satisfecho al saber el porqué de mi peculiaridad del vaso del agua.
Terminé mi comida al mismo tiempo que mi amiga de la
izquierda. No le pregunté nada al respecto; pero supongo que ambos
coincidiríamos en que no se puede comer en menos de quince minutos porque las
prisas provocan agruras.
Cuando el mesero recogió los platos restantes, alguien más me preguntó por qué siempre hacía una especie de origami con la servilleta que había usado si, a final de cuentas, ésta iría a la basura. Yo respondí que no lo sabía.
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