Bien dicen que las palabras no significan nada si éstas no llevan consigo sus respectivas acciones; pero, ¿saben?, las palabras también tienen su toque especial, sobre todo las escritas, las que toman su tiempo antes de fluir a través de los trazos, las que llevan en su tinta destellos tan luminosos que abren nuestras oscuridades.
Así es, lo digo porque ésa es mi manera de decir te quiero, con palabras escritas; siempre ha sido así. Considero que el amor hacia las personas más especiales merece ser entintado en papel que perdure sobre la efimeridad del sonido y la memoria. Las personas que más estimo tienen una carta mía, una pequeña dedicatoria hecha a mano, un poema, un ensayo o, incluso, una semblanza completa (por aquello de ser periodista también).
Estoy acostumbrado a que las personas respondan con abrazos, sonrisas, o, en la mayoría de los casos, con lágrimas que les brotan al pasar la mirada por las oraciones que entrego. Para todos y todas, soy ése que escribe las cosas más hermosas que siempre hacen llorar.
Lo que no para de sorprenderme, sin embargo, es el asombro que hay hacia los juegos de palabras, los recursos poéticos y la sinceridad que tienen las letras, como si ver escritas sus virtudes en papel y descubrir lo que uno genera en el pensamiento de otro fueran las cosas más sorprendentes del mundo.
Seguramente debe ser algo muy hermoso. Y digo “debe ser” porque nunca he sido ese dichoso lector con los ojos humedecidos.
Jamás me había detenido a pensarlo, pero ahora me doy cuenta de que he dedicado tantos textos y palabras que llenan a las personas, que casi he quedado vacío; aunque no de iniciativas, claro, pues inmortalizar esas pequeñas partes —o grandes todos— de otros siempre será mi prioridad; mi corazón, mis sentimientos y mi empatía, además, no conocen otra manera más sincera de decir te quiero.
Hablo, más bien, de un vacío curioso que pregunta con ímpetu ¿qué se sentirá llorar por un te quiero?
A veces, quisiera sentir eso que las demás personas sienten —en la garganta o en el estómago— al ver sus nombres entremezclados con metáforas y juegos de palabras grandilocuentes; quisiera experimentar esa sensación de las letras que caminan por la piel, que la acarician mientras se cuelan hasta las entrañas y dejan allí —para no ser olvidadas— un te quiero que abre de golpe los lagrimales y engrandece la personalidad a través de una sonrisa.
Ha de ser algo muy hermoso, quiero pensar, ser el sentido que hila un texto de principio a final, que hace descubrir los detalles menos pensados de uno mismo, donde el autor o autora ha encontrado los rasgos mejores guardados —o escondidos— de su destinatario, y los ha vuelto poesía que mueve su pluma y su corazón.
Sí, quizás eso sea lo que haga falta en este vacío que siento de pronto, que deja una sensación de remordimiento al ver los ojos de los demás humedecerse; que, irónicamente, no comprende el porqué de esas palabras hermosas que hacen llorar.
Sí, ese vacío espera que unas letras, en verso o en prosa, entren caminando en su interior —o naveguen sus grandes mareas— y coloquen en él —en la más alejada isla desierta—, un te quiero que lo haga romper en llanto. En ese dichoso llanto…
Pero, como dije al principio, muchos dicen que las palabras no significan nada si éstas no llevan consigo sus respectivas acciones; después de todo, las acciones crean esas conexiones tan especiales en las personas, producen oraciones más elaboradas y poéticas que son capaces de invocar las lágrimas con tan sólo leerlas.
Sí, quizás haya que trabajar más en las acciones hacia con los demás para conseguir una recompensa, algún día en el futuro, que venga en esas palabras hermosas que busca el vacío.
Por supuesto, cabe explicar, que éste no es un capricho ni tampoco, un reclamo. Simplemente quiero decir que no estaría mal, aunque fuera una sola y única vez en la vida, llorar en vez de decir te quiero.
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