Salí muy decidido a votar esta tarde. Aquello de “las elecciones más grandes de la historia” sonaba muy alentador, y quise formar parte de ellas sí o sí.
En el camino me encontré a doña Juana, le pregunté si ya había ido a votar también; pero me dijo que unos señores de verde le habían recogido su credencial un día antes.
El carnicero dice que el actual gobierno es el más corrupto que haya visto el municipio, que no ha hecho nada bueno, y que, por ello, le dará su voto a la oposición, a los de verde, azul y amarillo.
Yo no le creí tanto porque ésos del color guinda, por fin han tomado la iniciativa de pavimentar mi calle, que lleva empolvada desde que los primeros pobladores se asentaron acá. Ésa era mi única exigencia y, al parecer, la van a cumplir.
Sin embargo, la figura principal de ese partido, nuestro actual presidente de la república, sigue amedrentando inescrupulosamente a cualquiera que le haga una crítica para bien o para mal. Entonces comienzo a dudar.
Fue el mismo presidente quien hace unos días negó los casi 90 asesinatos a candidatos, y la toma de algunos municipios por el crimen organizado, diciendo que el país estaba en paz, que todo era una exageración.
Aun así, mi profesora de la primaria sigue apoyando al presidente incondicionalmente en sus publicaciones de facebook. Lo mismo que mi vecino que, orgulloso, ondea una bandera en su azotea, y otra, en al alerón de su auto.
Pero la oposición tampoco flaquea del ímpetu. Tan sólo ayer, media centena de personas salieron a marchar por las calles del municipio vestidas de verde, con música de banda y porras cada cierto tiempo, después de una orden.
Los de la privada me dicen, sin embargo, que el candidato de ésos no viene solo, al igual que el independiente; pues, de ganar, vendrán después los grupos de Antorchistas a reclamar los terrenos vacíos de las colonias para quedárselos y reasignarlos por cuenta propia, como lo han hecho siempre.
Para ellos mismos organicé, ahora que lo recuerdo, un evento alguna vez, con música, baile y toda la cosa, porque fueron los únicos preocupados por la cultura aquí en el Oriente. Recuerdo que, a cambio, sólo me pidieron “ayudarlos” el día de la elección, que recordara quién me había ofrecido la mano en mis proyectos.
Antes de llegar a las urnas, pasé por una verdulería y vi a un cargador secándose el sudor de la frente, acababa de bajar su cargamento de papas. Me pregunté, de inmediato, por quién habría votado él, que se ve que viene de muy lejos.
Tal vez votó por el partido de los tres colores de la bandera de México, al igual que mis tíos del campo; a ellos les llegan muchos apoyos por ser ya fieles y constantes votantes… Pese a que esa institución esté muy ensuciada ya por los haceres un chacal, un señor calvo y bigotón, otro de copete, y 30 años de los que nadie se quiere acordar.
Llegué por fin a las casillas y mostré mi credencial. Esta vez no había tanta gente, pese a que aún no era muy tarde. Al menos aquí, las elecciones no lucían muy grandes.
Mi madre fue a votar a la ciudad, y allá tardó un poco más. Aunque no le importó desconocer a quiénes votaba, puesto que sólo tramitó su INE allá por los beneficios que ofrecen los programas sociales, los que difícilmente uno consigue acá en el Estado... Que "tráeme copias de esto y aquello" o la típica de: "el dinero te lo va a dar un intermediario que se va a quedar con una comisión". En fin.
Al ver las planillas, noté que había otros partidos de los que casi nadie se acuerda, como uno color morado cuya propaganda televisiva es, por demás, ridícula; la reencarnación de otro más o menos igual que se rehúsa a morir en el olvido.
Vistos desde arriba, con el plumón destapado en la mano derecha, y puestos en planillas tan bonitas a la vista y bien organizadas, cuesta trabajo diferenciar entre cada una de las opciones; todas lucen prácticamente iguales encerradas en su propia circunferencia. Cuesta trabajo creer que alguna de estas opciones es mejor que las demás.
Sentí, en seguida, la presión que algunas personas, como mi hermano, dejaron pasar al no salir a votar. “¿Lo haré por mis prioridades o por las colectivas?”, pensé. Después de todo, algunas propuestas parecían, por demás, muy inalcanzables.
“Ésta va para las federales; ésta, para las locales; y ésta, para el ayuntamiento”, me dije una última vez antes de tachar mis opciones. “Piénsalo bien, escoge lo que sea ‘menos peor’”.
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