Una tarde cualquiera te encuentras descansando en el sofá, preparas la comida, o duermes tranquilamente mientras haces hambre para la cena.
Está por anochecer, pero aún falta una persona en la mesa que no ha llegado. “Ya debe estar cerca”, repite tu madre mientras rebana unos tomates en la mesa. Aún debe estar apretujada entre la gente en un vagón maloliente del metro, o debe estar doblando la esquina de la calle, con un par de llaves sujetas entre los nudillos.
Como sea, tocan bruscamente a la puerta de inmediato, los golpes dados con toda la palma cortan de tajo aquel chascarrillo que hacías sobre tu compañero de clases, el relato de tu padre sobre su día en el trabajo, la tranquilidad de la tarde.
Todos quedan paralizados mirándose unos a otros. Los golpes se hacen más fuertes y desesperados, como las suposiciones en la habitación: ¿Quién demonios es? ¿Hay que abrir? ¿Y si es…?
Cuando decides reaccionar y levantarte por fin del asiento, tres detonaciones de arma de fuego vuelven a entumecer tu cuerpo, y las piernas comienzan a temblar.
Ya no hay toquidos, sólo oraciones y sollozos.
Cuando papá se encamina hacia la puerta, queda un silencio que mata el tiro final; otra detonación; el golpe de gracia… Seguidamente, del otro lado de la puerta, unos rechinidos delatan un vehículo alejarse a toda velocidad.
“No te asomes”, advierte mamá mientras jadea un poco de aire, pero necesitas —todos necesitan— saber qué ha pasado.
Del otro lado de la calle, al abrir, tu vecino de enfrente observa un cuerpo que yace bocabajo en medio del pavimento; se lleva las manos a la boca mientras, detrás, alguien llama de nueva cuenta a una patrulla.
El resto de los vecinos comienza a llegar a la escena del crimen, pero de inmediato se retiran; el cuerpo no les es familiar, aunque sí, la escena.
Luego de horas, los oficiales piden testigos, pero nadie vio nada, repites, sólo el que recibió los disparos; un completo desconocido que pasaba por ahí... un completo desconocido que quizás alguien reconocerá, más tarde, entre otros cuerpos inertes.
“¿Qué pasó?”, pregunta confundido el último familiar en llegar a casa al escuchar las sirenas alejarse a lo lejos. “¿Qué hacen todos fuera?”.
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