Mi novia en aquel entonces vino a mi casa a pasar el tiempo conmigo, como era costumbre.
Como a las seis, se soltó una tormenta; a la hora en la que ella debía volver a su casa.
Usualmente, acá en mi rancho, cuando llueve muy fuerte, el metro deja de funcionar porque se inunda y ese día pasó.
Cuando por fin cesó la lluvia, salimos a buscar transporte público. No teníamos tanto dinero —ni ninguna tarjeta— para pedir un Uber, así que fue la única opción.
Después de mucho esperar, una combi por fin nos hizo parada, pero nos bajó como medio kilómetro después porque todo estaba inundado.
Arriesgué 100 varos que traía y paré un taxi que nos llevó hasta la terminal del metro; de ahí todo fue relativamente fácil.
La acompañé hasta su casa y, de regreso, todo iba de lo más normal hasta que volví a Pantitlán, a mi línea morada.
El metro sólo tenía que seguir derecho hasta llegar al final de la línea —por mucho que demorara—, ¡pera naaah! Apenas salió de la terminal, se quedó parado en medio del túnel como una hora. Incluso me dormí en ese lapso.
Cuando desperté, la gente estaba desesperada. Un señor incluso sacó unas chelitas porque hacía demasiado calor, aparte de que las luces se habían apagado... dentro del túnel. Después llegó protección civil —o los trabajadores del metro— y comenzaron a desalojarnos... ¡en medio del túnel!
Abajo, en la vías, la gente caminaba hacia dos direcciones: de regreso a Panti y hacia La Paz, mi cantón. Yo seguí a la que iba para allá. En el camino, Protección civil nos detuvo (estábamos muy cerca de llegar a la siguiente estación; allí podía salir a la Zaragoza y tomar una combi hasta mi casa).
Pero nos regresaron caminando otra vez a Pantitlán...
Allí todo era un caos. La estación se había inundado por completo y afuera seguía lloviendo. También se me había terminado el dinero con lo del taxi.
Bajo la lluvia, salí al paradero a buscar una combi que más o menos me dejara cerca de mi casa. Y aquí comienza lo bueno.
Las filas para abordar las combis eran enormes: sin problemas medían como lo largo de una estación del metro a otra.
En fin. Me formé en una y, después de dos horas, a las 11 de la noche, apenas había salido del paradero
En el camino, no pasamos por donde se suponía que bajaría porque las calles estaban inundadas, entonces llegué hasta la base: unas vías abandonadas en medio de la nada. Incluso había neblina y autos carcomidos... Mucho peor que en La Purga.
No supe dónde estaba hasta que, después de unos minutos, me ubiqué: si seguía caminando por aquella avenida unos 20 minutos, llegaría a casa, así que eso hice.
Mi novia, que se había preocupado por mí, llamó y contesté, pero en ese momento unos culeros salieron de no sé dónde en una moto; obviamente querían picarme.
De inmediato escondí el teléfono —el que todavía no pagaba—, pero me siguieron. Comenzaron a molestarme con gritos e insultos hasta que se fueron contra mí.
No sé si todo se escuchó por la llamada, pero qué oso. No quise gritar ni tampoco darme en la madre con cuatro weyes.
Corrí y, como ya estaba más cerca de casa, me metí por unas calles y empecé a dar vueltas hasta que los perdí. Me escondí detrás de una jardinera.
Después contesté la llamada como si nada.
Mi casa quedaba a cinco minutos, pero en el trayecto seguían esos culeros de la moto, así que fui por otro camino hacia el metro; a unos 25 minutos, por otra avenida vacía y llena de mariguanos,
Allí, más seguro, aunque sin un alma a la vista, tomé un mototaxi hasta mi casa porque qué miedo....
Cuando por fin llegué, a las 12 y algo, empapado y con el corazón saliéndoseme del susto, mi jefa me metió una cagotiza épica.
Nunca había contado esta historia a detalle, menos a mi madre o a mi novia en aquel entonces porque... pa' qué queremos más sustos.
Moraleja: tengan datos para Uber o mejor ni hagan planes en días lluviosos si son banda que ahuevo tiene que llegar a su casa en zonas periféricas culeras.
Bueno, pues un chingo de gracias por su tiempo y que diosito los bendiga.
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