Ir al contenido principal

¡Nos encontré!



Carta sin destinatario

Quiero pedirte algo antes de comenzar a leer. Quiero que, por favor, apartes cualquier otro pensamiento de tu cabeza. Cualquiera que sea, déjalo ir.

También quiero que olvides, por diez minutos, todo lo que sabes de ti misma, de mí y de nosotros, pues debo decirte algo muy importante: debes saber quiénes somos realmente.

Y es que por fin nos encontré. No tengo duda alguna de ello; algo dentro de mí lo dice, algo o alguien que sabría reconocerte en cualquier lugar del mundo; en cualquier parte de este universo.

No puedo equivocarme: quien está detrás de esos ojos, asomándose por aquellas ventanas, sin duda alguna me llama; brinca, grita y hace ademanes para llamar mi atención. No hace falta preguntarle nada. Sé que se trata de ti.

Lo sentí. Lo sentiste también. Algo nos atrajo que culminó en esta sensación de paz al estar cerca el uno del otro. Algo casi inexplicable…

Es decir… ¿alguna vez te preguntaste de dónde viene esto que sentimos? ¿Por qué nos necesitamos tanto, o por qué nuestras manos, como dices tú, se entrelazan a la perfección como si fueran piezas de un rompecabezas que deben ir allí y no en otro lugar; como si nuestros cuerpos quisieran ir más allá de nuestra piel?

Estoy seguro de que, a veces, no hizo falta pensarlo, puesto que ambos conocemos nuestro valor. Sabemos que no somos producto de nuestros caprichos. No nos hallamos mendigando de persona en persona aquello que la mayoría suele llamar amor.

Tal pareciera que fuimos programados mutuamente: como si ambos guardáramos dentro, en el corazón, un pequeño todo del otro.

Pero, por más satisfechos que estemos, aún queda un porqué pendiente, uno que no explica esto o aquello que nos atrae, o, mejor dicho, que nos atrajo.

No basta decir que te vi sentada en una banca de ese 408 y que, a partir de ese día, fuimos enamorándonos con el paso del tiempo. No.

No pude haberte conocido solamente unos años atrás, de eso estoy seguro.

¿Alguna vez imaginaste cuántas cosas tuvieron que suceder, y cuáles otras no, desde que nacimos, o incluso desde muchísimo antes, para llegar hasta este instante; para llegar a ser tú y yo?

Bastantes, muchas, incontables e inimaginables… Demasiadas para ser todas una serie de casualidades, sobre todo si consideramos que ambos somos completamente diferentes, pues yo soy de letras y tú, de números; soy cautela y tú eres euforia… objetividad y abstracción; como el día y la noche; como el sol y la luna.

Tan distintos somos que pareciera, a veces, no habláramos el mismo idioma; como dos completos extraños intentando comunicarse, pero que, al mismo tiempo, saben todo de sí.

Y es que, por más lógico que trate de ser conmigo mismo, no puedo ignorar a aquella voz que nos reconoce. Una sensación así no cabría en ningún lado; ni siquiera en nuestro entendimiento.

Quizás —y como todo— fuimos una sola energía antes de la gran explosión; antes de ser arrojados a los confines de éste u otros universos.

Quizás, en el camino para volvernos uno nuevamente, fuimos los satélites más fieles en la órbita de un hermoso planeta. O tal vez solamente fuimos partículas viajando por el espacio sideral, surcando galaxias y constelaciones, de cometa en cometa, para poder reencontrarse.

Posiblemente, por otro lado, nuestras antiguas vidas terminaron cien o doscientos o quinientos años atrás; alguno de los dos fue al cielo y el otro, al infierno. Y escapamos de aquellos lugares para vernos nuevamente.

Despertamos en esta nueva vida sin recordar lo que fuimos alguna vez… Pero allí estábamos, buscándonos a ciegas, sin poder hablar ni escucharnos; sin cuerpos para desplazarnos ni voz para llamarnos; sin norte ni sur…

Somos esa energía acumulada a través de quién sabe cuántos millones de años que decidió mostrarse en nuestra consciencia al estar lo suficientemente cerca… Ese algo tan incomprensible y magnánimo a las palabras que nos hace saber que somos nosotros; que una parte no está completa sin la otra.

Ésta no es la primera vez que nos conocemos… que somos. La razón dice que eres tú, pero la intuición dice que somos nosotros.

Partículas que se enamoran

Y como último recurso, más allá de aquello que no puedo probar, queda la locura para arrojar algo de luz:

Piensa, por ejemplo, que nos encontramos en el límite de cualquier comprensión, allá en la frontera donde sólo cabe la imaginación y lo que puede y no ser; allá en la incógnita de todos los mitos.

Piensa que estamos a punto de lanzarnos al vacío, antes de desaparecer y perdernos en las complejidades del tiempo y el espacio.

Las instrucciones son sencillas, repasamos:

—Una vez que caigamos allí —me dices— jamás volveremos a saber nada el uno del otro, ni sobre nosotros mismos; nos desintegraremos. Caerás en una galaxia y yo, en otra, o quién sabe en qué dimensión extraña. No lo sabemos, amor.

—Pero nos degradaremos a nada nuevamente —contesto—. ¿Cómo sabremos qué o quiénes seremos? ¿Cómo nos encontraremos si no recordaremos nada? ¿Seremos algo acaso?

—He allí lo interesante, ¿no lo crees? Quizá tú serás una roca, mi preferida, y yo seré una hermosa ave que se posará todos los días sobre ti. O posiblemente serás un cometa que esperaré muy ansiosa con un telescopio en mano cada vida para pedirte ese anhelado deseo.

»Pero, por otro lado, tal vez no nos encontraremos nunca: seremos estrellas que, después de varios milenios, envejecerán y, en su desesperación, explotarán para enviar su luz por el cosmos, para expandir su llamado, esperando que el otro la perciba a millones y millones de años luz.

»Quizá ninguno tendrá consciencia propia: seremos razón e imaginación… contrapartes… complementos… Es decir… De alguna manera seremos atraídos nuevamente, como imanes que se rehúsan a ser separados. Sabremos encontrarnos siempre —me aclaras—, como lo hicimos esta última vez, ¿recuerdas?

Entonces aprietas mi mano, me ves a los ojos y me das el último beso…

Esto somos; una sola energía; una sola sensación que sobrepasa todas las barreras del entendimiento: somos tú y yo… —Y después de un silencio preguntas—: ¿Me reconocerías entonces?, ¿o acaso prefieres pasar nuestra eternidad aburriéndonos? Vamos.

Sin más, sujetados de las manos, nos lanzamos… Comenzamos este juego de las escondidas justo cuando el silencio de la eternidad —aquélla tan abrumadora— nos aburrió.

Y ahora estamos juntos por fin, abrazándonos tanto como nuestros cuerpos y la vida nos lo permiten. Porque la transición entre cada búsqueda es eterna y porque quizás nunca habrá otra oportunidad de hacérnoslos saber; de decir: “¡Nos encontré!”.

En un momento tendremos que distanciarnos por diversión; sin temor a no regresar, dentro de unos cuántos cientos o miles de años más; cuando hayamos encontrado, por fin, la manera de burlar a la muerte y de mantenernos unidos.

Probablemente sigo —y seguiré— siendo el más lento y tú, la más rápida; o yo te he encontrado más veces de las que tú a mí.

Finales alternativos y personas equivocadas

Aunque, por otro lado, quizá se haya tratado de algo que pasó en mi imaginación solamente.  También estoy seguro de que cuando el tiempo acabe, cuando llegue el momento de separarnos, éste no dolerá, sino que ardera como el fuego… Para uno o para otro.

Intentaremos salir disparados por nuestras bocas y ojos —gritaremos y lloraremos— para alcanzarnos; para obligar a nuestros cuerpos a frenar.

De nuestro interior saldrá un enorme grito que lo cubrirá todo; jamás existirá un “no” dicho con tanta fuerza. Permanecerá en nuestros huesos y en nuestros recuerdos. Y gritaremos con más fuerza conforme la distancia y el tiempo crezcan también. Habremos de morir y una oportunidad más terminará.

Comenzaremos de nuevo nuestra búsqueda: nos perderemos en el universo de los conceptos abstractos y la imaginación para encontrar ese chispazo, esa sensación que nos conecta y que nos hace ser.

Navegaremos por la nada y recorremos el infinito: seremos una certeza y, al mismo tiempo, una posibilidad que no se concretará. Nos acostumbraremos a las extrañas leyes de la física, de la naturaleza y de las sociedades, las más peligrosas.

Pero nos encontraremos, de eso estoy seguro. En otra vida o en la ficción.

Somos eso —quizá— que más se asemeja al amor; eso que no puede pasar inadvertido a los sentidos, a la intuición e, incluso, a la razón… Aquello que avisa a nuestro ser que nos hemos encontrado… Que esos pocos años llevan más consigo: miles y millones más de una búsqueda incesante.

Con todo mi amor, José.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Los que no saben bailar

El hombre frente a mí tiene la cara agria, el ceño le pesa y tuerce la boca de un lado a otro. Tiene puesta la mirilla en la espalda escotada de su esposa, quien baila salsa con un muchacho alto que se levantó para llevarla a la pista hace rato; van ya por la tercera canción al hilo y no se separan, incluso han comenzado a charlar. Al hombre empieza a darle un tic en el párpado izquierdo, que contiene con bruscas gesticulaciones, con el entrecejo apretado. Pareciera estar a punto de jalar un gatillo que estallará la pólvora que hay en sus ojos. Pero hace una pausa para dar un sorbo a su bebida mezclada con cola. Cuando deja el desechable sobre la mesa, la música cesa con las ovaciones de los presentes. El muchacho agradece a la mujer de vestido verde y ésta vuelve a su silla, exhausta, a un lado de quien iba a ejecutarla, a la distancia, hace unos instantes tan sólo. —¿Cansada? —pregunta el hombre de corbata azul cielo al mirar las mejillas chapeadas de su mujer. —Sí —contesta el...

¡Échale flit!: Crónica de un primer beso con insecticida

Arantza no paró de molestar: antier, no dejaba de pellizcarme las piernas por debajo de nuestro pupitre, cada vez que el profesor Misael se alejaba al fondo del salón. Se reía como loca, con ese diente de metal que siempre se le asoma cada que abre la boca. Un pellizco y jijijí. Otro pellizco y jijijí. ¡Qué coraje que me hayan cachado justo cuando iba tomando vuelo para pegarle un puñetazo en la cara! “Pero ¡¿qué te pasa, José? ¿Qué vas a hacer?!”. El profesor no escuchó mis quejidos toda la clase; pero sí, el gritote que dio Arantza cuando me levanté frente a ella todo enojado. Cuando volví de la dirección, ya no estaban ni mi lápiz ni mis colores en mi lapicera, ésos me los acababa de comprar mi mamá. Pero la profesora Patricia sí escuchó cuando le grité a Arantza que me los entregara; ella ya sabe que es una ratera, y que yo nunca digo mentiras. La regañó feo frente a todos; pero sólo tuve de vuelta mi lápiz, quién sabe dónde escondió lo demás. Cuando íbamos a esculcarla, abrazó s...

Que leer no sea un cliché

Ayer, 23 de abril, fue el Día Internacional del Libro , y entre montones de publicaciones, no puede evitar escribir sobre algunos de los clichés en los que se ha vuelto promocionar la lectura o hablar sobre libros. Tantas repeticiones orillan a pensar a la misma lectura como un cliché. Pero ¿cómo algo tan íntimo como la lectura podría ser un cliché, algo repetitivo, gastado, sin mayor gracia y que está de sobra? Bien, son varios casos los que obligan a considerarlo, a quitarle esa categoría casi mágica a leer, pero hay que empezar con los malos lectores . Y no, un mal lector, para empezar, no es aquella persona que no ha leído a los clásicos, ni mucho menos, quien no tiene habilidades para retener información, recitar en voz alta o leer cosas complejas como un Ulises, sino aquélla que no sabe practicar la literatura que lee. Y no, llevar la literatura a la práctica no quiere decir que haya que escribir más literatura, o que haya que aprehenderla —con h— para alardear de ella an...