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Normalidad en tiempos de pandemia



Los más oportunistas corrieron a prepararse para un aislamiento de larga duración.


Posteriormente, los mandatarios dieron la enérgica —pero no efectiva— orden de permanecer en casa.


En las calles la enfermedad avanzaba y los escépticos, también. Las decenas —las víctimas por covid-19— comenzaron a contarse en cientos, y los cientos, en miles.

No solamente la enfermedad se multiplicó sin control; también lo hicieron los problemas que el país ya tenía y que, por un momento, dejaron de hablarse.

Nadie contempló que no toda la población podía usar sus balcones para cantar el Cielito lindo, o para mostrar sus dotes artísticos.

Poco menos de la mitad de la población, la que no tenía auto para guardar, siguió llevando el pan a la mesa, aunque las horas extras no podían llenar la despensa para una cuarentena.

Por órdenes de arriba, a algunos jornaleros ya los habían mandado a casa para preservar su salud, pero con las manos vacías.


Otros, al llegar a su domicilio, tuvieron que aprender a lavarse las manos sin agua, pues de la llave jamás cayó una gota.

Es que hubo temas de petróleo y economía más importantes que arreglar, como las obras del presidente de ese país.

Nadie se preguntó, tampoco, si los sistemas de salud, aquéllos en donde los medicamentos desaparecían de la noche a la mañana, podrían salvar más vidas de las que dejaban ir.

Su reducido personal, la primera línea de batalla, fue armado con cubrebocas de papel y equipos de juguete ante una pandemia de verdad.

Un día se dijo, por fin, que ya no eran 4 mil los casos en ese país, sino 26 mil, y en aumento.

Asimismo, la violencia había entrado antes de cerrar la puerta, o ésta nunca se molestó en salir de casa…

Los minutos de encierro en los hogares se transformaron en llamadas al 911 pidiendo ayuda.

Los gritos por el feminicidio de una menor de 13 años en el interior de su hogar se transformaron en hashtags en las redes sociales.

La soledad, por otro lado, se convirtió en ansiedad para algunos… Las tareas y el trabajo virtual evolucionaron en estrés.

No obstante, en medio de la pandemia, la rutina siguió. El miedo también lo hizo, y la desigualdad y la violencia.

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