Ir al contenido principal

Los nuevos tiempos

Después de muchos años, voy a San Lorenzo, lejos de la ciudad, al pueblo donde crecieron mi abuela y mi madre, y también yo, de alguna manera.

Al bajar del camión, mi primo nos espera en su coche para seguir el camino; nos invita a comer algo en casa de sus suegros.

Al atardecer, estoy sentado con personas que acabo de conocer: la señora deja en el chiquihuite tortillas azules recién salidas del comal; aún están ardiendo. El compadre, el jefe del hogar, está impresionado de escuchar mis historias citadinas, y yo, de su gran carisma.

Los hombres han empezado a hablar de gangas y negocios, del calor que hace y de lo mal que está la situación para los campesinos. Alguno limpia con un palillo lo último que quedó de esa exquisita barbacoa entre sus dientes.

Las esposas lavan los platos y mi primo atiende a sus niños que juegan en el sillón. A decir verdad, también es la primera vez que los veo… Están enormes.

Es de noche y los perros comienzan a ladrar. Mi primo nos lleva a casa y vuelve a la suya. Nosotros vamos a la cama.

A la mañana siguiente, al despertar, no encuentro a nadie en la casa. Me pongo el abrigo y salgo a dar una vuelta por el campo. Está helando.

Detrás de la casa, donde solía jugar a la pelota con los demás niños del campo, ahora hay una enorme construcción con tabiques rojos; es una casa casi terminada. “Es de tu primo Juan”, añade mi tío que sale del interior. “Vamos a ver la otra”.

Metros más adelante, me muestra la casa, aún en obra, de su otro hijo, más grande y vistosa, de varios niveles y con escaleras imperiales que lucirán muy bien con una buena alfombra.

Estamos justo en el último piso, está saliendo el sol y las sombras comienzan a tener forma. Al frente hay una enorme pared de tres metros que custodia otra obra todavía más grande; sobre ella, unos albañiles moldean una cúpula de vidrio que la va a coronar. Quizá sea una casa de narcos.

Hacia el otro lado, los llanos vacíos que recuerdo están llenos de casas, algunas casi terminadas, otras tan enormes como las haría un millonario… Donde no hay milpas hay casas.

Después de un rato, mi tío me lleva al terreno que ya está a mi nombre, es bastante grande, ideal para hacer un buen caserón, dice, pero eso sí, lo antes posible antes de que no quepa otra más… Todos quieren vivir en el campo.

Así son los nuevos tiempos.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Los que no saben bailar

El hombre frente a mí tiene la cara agria, el ceño le pesa y tuerce la boca de un lado a otro. Tiene puesta la mirilla en la espalda escotada de su esposa, quien baila salsa con un muchacho alto que se levantó para llevarla a la pista hace rato; van ya por la tercera canción al hilo y no se separan, incluso han comenzado a charlar. Al hombre empieza a darle un tic en el párpado izquierdo, que contiene con bruscas gesticulaciones, con el entrecejo apretado. Pareciera estar a punto de jalar un gatillo que estallará la pólvora que hay en sus ojos. Pero hace una pausa para dar un sorbo a su bebida mezclada con cola. Cuando deja el desechable sobre la mesa, la música cesa con las ovaciones de los presentes. El muchacho agradece a la mujer de vestido verde y ésta vuelve a su silla, exhausta, a un lado de quien iba a ejecutarla, a la distancia, hace unos instantes tan sólo. —¿Cansada? —pregunta el hombre de corbata azul cielo al mirar las mejillas chapeadas de su mujer. —Sí —contesta el...

¡Échale flit!: Crónica de un primer beso con insecticida

Arantza no paró de molestar: antier, no dejaba de pellizcarme las piernas por debajo de nuestro pupitre, cada vez que el profesor Misael se alejaba al fondo del salón. Se reía como loca, con ese diente de metal que siempre se le asoma cada que abre la boca. Un pellizco y jijijí. Otro pellizco y jijijí. ¡Qué coraje que me hayan cachado justo cuando iba tomando vuelo para pegarle un puñetazo en la cara! “Pero ¡¿qué te pasa, José? ¿Qué vas a hacer?!”. El profesor no escuchó mis quejidos toda la clase; pero sí, el gritote que dio Arantza cuando me levanté frente a ella todo enojado. Cuando volví de la dirección, ya no estaban ni mi lápiz ni mis colores en mi lapicera, ésos me los acababa de comprar mi mamá. Pero la profesora Patricia sí escuchó cuando le grité a Arantza que me los entregara; ella ya sabe que es una ratera, y que yo nunca digo mentiras. La regañó feo frente a todos; pero sólo tuve de vuelta mi lápiz, quién sabe dónde escondió lo demás. Cuando íbamos a esculcarla, abrazó s...

Que leer no sea un cliché

Ayer, 23 de abril, fue el Día Internacional del Libro , y entre montones de publicaciones, no puede evitar escribir sobre algunos de los clichés en los que se ha vuelto promocionar la lectura o hablar sobre libros. Tantas repeticiones orillan a pensar a la misma lectura como un cliché. Pero ¿cómo algo tan íntimo como la lectura podría ser un cliché, algo repetitivo, gastado, sin mayor gracia y que está de sobra? Bien, son varios casos los que obligan a considerarlo, a quitarle esa categoría casi mágica a leer, pero hay que empezar con los malos lectores . Y no, un mal lector, para empezar, no es aquella persona que no ha leído a los clásicos, ni mucho menos, quien no tiene habilidades para retener información, recitar en voz alta o leer cosas complejas como un Ulises, sino aquélla que no sabe practicar la literatura que lee. Y no, llevar la literatura a la práctica no quiere decir que haya que escribir más literatura, o que haya que aprehenderla —con h— para alardear de ella an...