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La mano que nos forja

 


Siempre he dicho que no importan los tropiezos, las caídas, los moretones, los obstáculos ni lo cruel que sea la vida. No hay que acobardarse.

De alguna u otra manera, debe de pasar lo que tenga que pasar, así como lo que no, también… Tiene que llegar quien tenga que llegar y quedarse quien tenga que. 

De cada quién y de cada qué, cada cuándo se aprende un nuevo cómo

Porque cada quién puede llegar a ser como una gran espada, así, tan afilada y poderosa como el fabricante, un herrero musculoso y todo poderoso —llámesele como se le quiera llamar— quiera. Pero hay que recordar que, como la espada, alguien nos está forjando con un martillo al calor de las brasas, con un falso amor, con un miedo a superar, con un camino empedrado y empinado, o simplemente, con cada gota sudada o lágrima derramada; con cada golpe se es más resistente.

Y claro que los golpes nunca terminan: buenos o malos, al final se aprende algo de todos ellos para, algún día, salir del fuego triunfante.

Desde luego que, desgraciadamente, no aplica para todo o para todos porque nada es tan fácil como leer un simple texto. Cosas faltan y sobran. Simplemente escribí esto durante una explosión de creatividad que tuve cuando estaba en la secundaria.

Creo que es un buen acierto hallar una salida, aunque pequeña, en el mundo de las letras.

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