Ir al contenido principal

"Hasta que me coma la muerte"

 

Amor de mi vida:

Sé que esta no es la manera de iniciar una carta, pero quizá no haya otra oportunidad de decírtelo más tarde…

Me encuentro muy débil. He empeorado desde la última vez que nos vimos, tanto que al parecer… No… No quiero. No puedo escribirlo; duele demasiado solamente pensarlo. No soy capaz…

Amor mío. Espero que puedas perdonarme, pues… temo con nefasto dolor que no podré cumplir más mi palabra... Sé que juré acompañarte toda la vida, pero no sabes lo apenada que me encuentro ahora. No sabes cuán inútil me siento al no poder hacer nada al respecto. Es sofocante observar ese reloj cada noche, ver cómo sus agujas avanzan; a ellas, malditas, no les importa si hay algún pendiente o si hay que esperar. Es sofocante ver cómo mi tiempo se va agotando…

¡Cuánta desesperación, maldición! Cuanto más he luchado por mejorar, cuantas más han sido mis ganas de seguir viviendo, de seguir entrelazando nuestras manos, al final sólo he logrado tropezar conmigo misma, con mi cuerpo cansado que ha decidido rendirse por fin.

En cada respirar siento que me ahogo en el silencio del tiempo que, con los segundos contados, espera ansioso el momento final.

Esta noche, así, no he sido suficiente, pese a haberlo dado todo. He perdido el juego y ella ha de venir por mí… El punto final está escrito: uno a uno mis sentidos se apagarán, se perderán, se irán tras un parpadeo, tras la última exhalación. Después, no sé si será la oscuridad o si será el silencio quien me acompañe; ambos me aterran muchísimo, pero no por lo que hubiese en ellos, sino por lo que no habría. Me asusta el olvido; el olvido es lo peor que le pudiese ocurrir a alguien.

Y, aunque esto era inevitable, hubiese preferido ya no abrir los ojos desde mucho antes, pero en el último instante me sujetaste, me salvaste de caer al vacío y entonces, con las uñas, me aferré a la vida.

Despertar llorando bajo la luz de una lámpara todos los días, guiarme de un tonto metal para no caer desplomada al suelo y desayunar un cóctel de píldoras para volver a dormir bajo un foco intermitente... En poco más de un año conocí la cara más sombría de la vida, fría e indeseable. Sin embargo, como una gran bocanada de oxígeno, fuiste mi fuerza, mi luz, mi esperanza, mi alegría… mi todo.

Claro que estaría enferma, mucho más, al querer marcharme sin ti, pero, afortunadamente, o para mi desgracia, la única invitada soy yo, aunque, con la frente en alto y el miedo bien sujeto, voy a defenderme por fin, pues ni la muerte se burlará de mí… de nosotros. Como si al separarme de ti impidiera que dejara de amarte…

Sé que no podré ganarle, eso lo sé muy bien, pero te prometo que daré una enorme pelea. Así como tú, me convertiré en la mujer más necia y más fuerte que haya pisado esta tierra.

No queda más, ahora, que agradecerte una última vez por quitarme el miedo y, a cambio, habérmelo dado todo… por enseñarme a amar sin lastimar y disfrutar todo lo bueno que hay en esta vida.

Todo te lo debo… La noche y el día. Los libros, la magia y el placer de sonreír o de hacer sonreír a alguien en una sola línea; la música, ésa que tanto compartíamos de tu guitarra a la luz de la luna; los besos, la manera más dulce de hablar sin hablar, y la más dulce recompensa tras una larga espera; los abrazos, en los tuyos yace mi refugio de la tristeza en una hamaca entre las estrellas; y el amor, la amistad y la compañía, la que nunca sabré pagarte.

Por favor, te pido que no intentes buscarme al terminar esta carta, estaré bien, pues me acompañan tus besos y me siguen tus recuerdos; todos los he guardado desde el día que te conocí hasta ese día cuando que tus manos se durmieron acariciando mi rostro. Cada instante junto a ti lo he atesorado con sigilo.

Pero tampoco te voy a dejar solo, mi vida; ahora seré yo quien te cuide; tú ya lo has hecho mucho por mi persona…

Te prometo que cada noche estaré ahí para desearte dulces sueños, para acariciar tu cabello hasta que quedes bien dormido. Te prometo que siempre estaré a tu lado, aunque no me veas, pues eso prometí. Siempre que necesites un abrazo, ahí estaré. Cuando me pidas un beso te lo daré. Si estás triste te levantaré porque te amo, porque eres lo más preciado que tuve, que tengo y tendré, porque en esta vida entendí que fuiste mi ángel guardián; entendí que jamás me dejarías solita ni tantito.

Sólo tú me haces tocar las estrellas si subo a tus hombros. Sólo contigo me río y me siento protegida. No pude haber deseado nada mejor; sólo tú y tu amor que tanto aprecio. Porque, precisamente, el amor se hizo pa' nosotros dos nomás, para querernos como sólo nosotros sabemos, ¿recuerdas?:

Que llegue quien tenga que llegar, que pase lo que tenga que pasar, pero nada ni nadie nos podrá separar

Juntos retamos al tiempo, a la distancia y a cualquiera, porque eres y serás mi único amor, y contigo quiero estar hasta que me coma la muerte, hasta que le dé tanta envidia de ver que aún te amo... Y que por siglos te voy a seguir buscando.

Y… sí así ha de ser, si en efecto no hay marcha atrás, por ti podré seguir esperando, pese el tiempo que sea, pero... ¡Tárdate! ¡Tárdate muchísimo! Te lo pido. Juro que tendré el beso más dulce que hay esperando por ti, porque eres mi cielo, mi más grande sueño, mi fantasía cumplida.

Cada día suspiro más fuerte por ti, cada día crece más y más mi amor… Apostaría incluso cualquier cosa, la que fuese, a que el día que el cuchillo atraviese mi piel y se tope con mi corazón, éste será el doble de grande, estará lleno de todo el amor que me diste, de todo tu ser.

Gracias por aparecerte en mi vida. Ojalá, Dios quiera, coincidamos de nuevo. No es un adiós, pues tu enamorada nunca dejará de buscarte. Siempre estaré a tu lado.

Con todo mi corazón, Natalia.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Los que no saben bailar

El hombre frente a mí tiene la cara agria, el ceño le pesa y tuerce la boca de un lado a otro. Tiene puesta la mirilla en la espalda escotada de su esposa, quien baila salsa con un muchacho alto que se levantó para llevarla a la pista hace rato; van ya por la tercera canción al hilo y no se separan, incluso han comenzado a charlar. Al hombre empieza a darle un tic en el párpado izquierdo, que contiene con bruscas gesticulaciones, con el entrecejo apretado. Pareciera estar a punto de jalar un gatillo que estallará la pólvora que hay en sus ojos. Pero hace una pausa para dar un sorbo a su bebida mezclada con cola. Cuando deja el desechable sobre la mesa, la música cesa con las ovaciones de los presentes. El muchacho agradece a la mujer de vestido verde y ésta vuelve a su silla, exhausta, a un lado de quien iba a ejecutarla, a la distancia, hace unos instantes tan sólo. —¿Cansada? —pregunta el hombre de corbata azul cielo al mirar las mejillas chapeadas de su mujer. —Sí —contesta el...

Nuestra caja de recuerdos

Por el 20 aniversario de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos Ya sé que avivar un dolor que se quiere olvidar probablemente no parezca sensato. Pero es necesario volver adonde todo acabó, adonde aparentemente no queda nada, para recuperar los pedazos faltantes, con los cuales habrá que remendar el corazón, con cuidado y con mucha paciencia, para no ocasionar más estragos. La primera vez que vi Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004), supe que no había una mejor manera de representar el caos que deja una ruptura amorosa. Y es que, con el pasar de los días, aunque nos vamos haciendo la idea de que todo ha cambiado, y que la vida seguirá diferente, pareciera que la mente se negara a aceptarlo, como si decidiera rebelarse a las trágicas circunstancias y comenzara a actuar por su cuenta, sobrepasándonos. Nosotros sabemos que todo se ha ido al carajo, o que fuimos encaminándonos lentamente hacia allá, pelea tras pelea, con conversaciones cada vez más predecibles, con...

El cumpleaños parte 2

Llegué puntual a la cita, a mi bar predilecto de la ciudad, sobre la avenida del Palacio de la Danza; pero no había nadie esperando: todas las mesas estaban ocupadas; las parejas y los grupos de amigos cotilleaban entre sí, jocosos, sedientos; las palabras salían de sus bocas como bichitos voladores, brillantes, como luciérnagas amarillentas que revoloteaban por encima de sus cabezas; quienes ya habían sido picados por el alcohol arrojaban chispitas que reventaban en el aire al chocar entre sí; pequeñas centellas salían botadas al hipar, que subían hasta el techo como globos de helio, y allí se quedaban un rato. Mis labios se hundieron en la espuma de marfil que coronaba mi vaso; un sorbo muy grande, seguido de una pequeña pausa, y éste quedó casi vacío. Volteé hacia un lado, revisé otro: en las escaleras que iban a la terraza, a la puerta del baño de damas, al letrero luminoso sobre la entrada, a los reflejos que hacían las puertas de vidrio templado. Pero, de entre todas las person...