Ir al contenido principal

El coronavirus está confundido



Se ha detenido en una esquina para ver una imagen suya pegada. Una leyenda advierte que regrese a su casa, pero no sabe dónde queda; no recuerda de dónde vino.

Entre declaraciones a boca suelta, especulaciones apresuradas y entre incógnitas sobre murciélagos y pangolines, ha perdido su origen.

Está confundido.

Al pasar por un local escucha a alguien hablando en la tv: “Se trata de un enemigo sumamente peligroso. Extreme precauciones”.

Pero desconoce su propia peligrosidad. En cambio, conforme camina, comienza a descubrir los peligros del país donde se halla.

Frente a él, una patrulla se dirige a la próxima escena del crimen. Reportan varios cuerpos desplomados sobre el asfalto a unas calles, todos con heridas de bala.

Algunos, evidentemente, no están muriendo por la epidemia.

Más adelante, al pasar frente a un hospital, unas gotas de café alcanzan su abrigo.

A sus espaldas, un sujeto acaba de arrojarle café hirviendo a una enfermera. Éste, en medio de gritos, comienza a culparla por propagar la temida enfermedad.

Con enojo aparta a aquel sujeto de inmediato y sigue su paso, no sin antes haberle tosido un poco en la cara…

Un contagiado más cuya vida, posiblemente, tenga que decidirse entre otra en uno de esos volados de allá adentro.

De vez en cuándo se detiene a husmear en las casas. En una de ellas está el presidente; se le ve preocupado. Sostiene una lista con los números rojos… pero no son de muertos, sino de su petróleo.

Detrás de otra ventana, un hombre alcoholizado golpea a sus hijos. Ha encontrado algo que hacer en su encierro.

Conforme se aleja a la periferia, las calles se llenan de gente, la que no cree en los virus, pero cree en el hambre.

Ahora está sentado frente al televisor en un hotel de paso. Ha despedido otro estornudo.

No entiende cómo pudo producir tal desastre.

De igual forma, al cerrar los ojos habrá muerto. Despertará en aquel sujeto que tocó.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Los que no saben bailar

El hombre frente a mí tiene la cara agria, el ceño le pesa y tuerce la boca de un lado a otro. Tiene puesta la mirilla en la espalda escotada de su esposa, quien baila salsa con un muchacho alto que se levantó para llevarla a la pista hace rato; van ya por la tercera canción al hilo y no se separan, incluso han comenzado a charlar. Al hombre empieza a darle un tic en el párpado izquierdo, que contiene con bruscas gesticulaciones, con el entrecejo apretado. Pareciera estar a punto de jalar un gatillo que estallará la pólvora que hay en sus ojos. Pero hace una pausa para dar un sorbo a su bebida mezclada con cola. Cuando deja el desechable sobre la mesa, la música cesa con las ovaciones de los presentes. El muchacho agradece a la mujer de vestido verde y ésta vuelve a su silla, exhausta, a un lado de quien iba a ejecutarla, a la distancia, hace unos instantes tan sólo. —¿Cansada? —pregunta el hombre de corbata azul cielo al mirar las mejillas chapeadas de su mujer. —Sí —contesta el...

¡Échale flit!: Crónica de un primer beso con insecticida

Arantza no paró de molestar: antier, no dejaba de pellizcarme las piernas por debajo de nuestro pupitre, cada vez que el profesor Misael se alejaba al fondo del salón. Se reía como loca, con ese diente de metal que siempre se le asoma cada que abre la boca. Un pellizco y jijijí. Otro pellizco y jijijí. ¡Qué coraje que me hayan cachado justo cuando iba tomando vuelo para pegarle un puñetazo en la cara! “Pero ¡¿qué te pasa, José? ¿Qué vas a hacer?!”. El profesor no escuchó mis quejidos toda la clase; pero sí, el gritote que dio Arantza cuando me levanté frente a ella todo enojado. Cuando volví de la dirección, ya no estaban ni mi lápiz ni mis colores en mi lapicera, ésos me los acababa de comprar mi mamá. Pero la profesora Patricia sí escuchó cuando le grité a Arantza que me los entregara; ella ya sabe que es una ratera, y que yo nunca digo mentiras. La regañó feo frente a todos; pero sólo tuve de vuelta mi lápiz, quién sabe dónde escondió lo demás. Cuando íbamos a esculcarla, abrazó s...

Que leer no sea un cliché

Ayer, 23 de abril, fue el Día Internacional del Libro , y entre montones de publicaciones, no puede evitar escribir sobre algunos de los clichés en los que se ha vuelto promocionar la lectura o hablar sobre libros. Tantas repeticiones orillan a pensar a la misma lectura como un cliché. Pero ¿cómo algo tan íntimo como la lectura podría ser un cliché, algo repetitivo, gastado, sin mayor gracia y que está de sobra? Bien, son varios casos los que obligan a considerarlo, a quitarle esa categoría casi mágica a leer, pero hay que empezar con los malos lectores . Y no, un mal lector, para empezar, no es aquella persona que no ha leído a los clásicos, ni mucho menos, quien no tiene habilidades para retener información, recitar en voz alta o leer cosas complejas como un Ulises, sino aquélla que no sabe practicar la literatura que lee. Y no, llevar la literatura a la práctica no quiere decir que haya que escribir más literatura, o que haya que aprehenderla —con h— para alardear de ella an...