Ayer, 23 de abril, fue el Día Internacional del Libro, y entre montones de publicaciones, no puede evitar escribir sobre algunos de los clichés en los que se ha vuelto promocionar la lectura o hablar sobre libros. Tantas repeticiones orillan a pensar a la misma lectura como un cliché.
Pero ¿cómo algo tan íntimo como la lectura podría ser un cliché, algo repetitivo, gastado, sin mayor gracia y que está de sobra?
Bien, son varios casos los que
obligan a considerarlo, a quitarle esa categoría casi mágica a leer, pero hay
que empezar con los malos lectores.
Y no, un mal lector, para
empezar, no es aquella persona que no ha leído a los clásicos, ni mucho menos,
quien no tiene habilidades para retener información, recitar en voz alta o leer
cosas complejas como un Ulises, sino aquélla que no sabe practicar la
literatura que lee.
Y no, llevar la literatura a la
práctica no quiere decir que haya que escribir más literatura, o que haya que
aprehenderla —con h— para alardear de ella ante los demás.
Muchos devoradores de libros
siguen pensando, por ejemplo, que la literatura es algo que los hace menos
ignorantes que el resto de las personas —o más interesantes—; creen que la
lectura los hace poseedores de cosas que aparentemente no van a cambiar nunca,
como el pensamiento clásico, la gramática, o, incluso, la misma lengua.
Los malos lectores toman a
rajatabla cada una de las líneas que pasan sus ojos. Devoran libros, claro,
como bien presumen; pero éstos, la gran mayoría de las veces, jamás son
digeridos. Hay lectores que jamás cambian su dieta, no la balancean; pero sí la
aumentan constantemente.
Y el problema es que la
literatura no se desenvuelve sólo a través de la lectura, y la lectura no es un
hábito que se desarrolla mediante la grandilocuencia.
Ciertamente, la literatura no
sirve de nada si solamente es leída; pero no pensada, imaginada, criticada,
hablada, compartida, interiorizada y exteriorizada también… No sirve de nada si
ésta no es vivida, vaya… llevada a la práctica.
Así, si las líneas que alguien
escribió con anterioridad no cobran vida nuevamente mediante la imaginación del
lector, si las palabras no logran traspasar las barreras del papel físico y posteriormente
la piel y la carne y el pensamiento… ¡Entonces hay un severo problema!
Quiere decir que las personas han
logrado reducir el arte escrito a una mera herramienta para el beneficio propio.
Los malos lectores obligan a
pensar que los libros sólo pueden "cultivar" el elitismo, el
ensimismamiento, las mentes cuadradas y, a veces, nada más la ortografía... Ser
culto es un cliché.
Quizá sea por ellos que existan,
además, personas que no leen. Y no me refiero —desde luego— a quienes, por alguna
u otra circunstancia, no pueden leer o tener acceso a un libro porque en ellos
y ellas aún queda la posibilidad de leer.
Pero no leer, o rehusar a leer,
no es peor que ser un mal lector, o lectora… porque nadie quiere ser un letrado
pedante y, además, ensimismado.
Quizá por ellos, también, los
libros han adquirido un poder mágico irrefutable: el de llevar a las personas a
lugares mágicos, a otros mundos fantásticos, como bien dirían los bibliófilos. Hay
quienes consideran a los libros como los más grandes tesoros de este universo.
Y es cierto en gran parte; pero decir
que los libros son mágicos por sí solos es también caer un cliché tan
simple como repetir cada año la misma frase: “leé más”, o como compartir citas aisladas
de textos que no han sido leídos ni lo serán.
Los libros, por sí solos, no
hacen magia ni tampoco se llevan la estupidez de nadie, como dirían algunos de
ésa, cabe aclarar, nadie está exento.
Ser estúpido, por mencionar algo,
sería tener la posibilidad de escoger un libro antes de perderse uno en una
isla desierta y que éste no tratara sobre cómo armar una balsa en tres
sencillos pasos, o sobre cómo no morir allí, al menos. Pero desafortunadamente
no todos los libros gozan del mismo prestigio.
Los libros tampoco deben ser siempre
un sinónimo de fantasía, de grandes odiseas o novelas enredadas porque ése sí
sería un cliché digno de aparecer en televisión: “Leer es soñar”, pero… ¿y si
no?
Los libros no son todopoderosos. Ellos te llaman, eso es muy cierto; pero no llevan consigo propiedades mágicas. Aunque a veces pareciera que los autores envenenaran sus palabras y éstas provocaran un rotundo impulso de volver esnobistas a los lectores.
Un libro será lo que diga su
lector adecuado, y un lector adecuado será eso que haya seleccionado de sus
libros y lo que haya vivido a través de éstos. Así, algunas personas aterrizan
en el mundo de la poesía mientras otras caen en realidades tan aterradoras que no
sabían que estaban a sus espaldas, en sus agonías...
Leer es un escape, claro, una
distracción y un paso a la imaginación; pero también, una reflexión.
Leer es un diálogo entre lo que
pasó y el presente, entre el ahora y la posibilidad, entre la pregunta y la
respuesta, entre la intriga y el descubrimiento, entre el silencio de la
habitación y el ruido del pensamiento, entre la orilla de lo conocido y el
horizonte de lo que no, entre lo sagrado y lo profano.
Pero, sobre todo, leer es lo que ocurre entre autor y lector, entre un otro y uno mismo.
Leer debería ser todo menos un cliché.
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