Jacobo es, quizá, el niño más pequeño de Montreal. Su pequeña estatura lo obliga a repetir las cosas dos veces para que puedan escucharlo.
Al igual que a todos, muchas cosas le asustan, como la oscuridad y lo que en ella pudiera encontrase; pero por ningún motivo Jacobo es un cobarde.
Cuesta trabajo creer, de hecho, que un cuerpo tan pequeño guarde tantas agallas. Este chico no dudará en moverse para defender a sus amigos del peligro.
Como la vez que enfrentó a una malvada bruja para liberar a sus compañeros de su terrible hechizo. De no haber estado presente, hubieran permanecido como sapos para siempre.
O como cuando le arrebató al temible director Dragón, su archienemigo, el dinero de sus lujosos almuerzos para convertirlo en un nuevo gimnasio.
Jacobo fue el primero de sus amigos en descubrir que un traje no es sinónimo respeto. Fue el primero, también, en entender cómo funciona la corrupción.
Constantemente pareciera que la vida le juega bromas de mal gusto al dejarlo en situaciones tan incómodas como usar suéteres de conejitos, pero su perseverancia sobrepasa por mucho a su valentía:
Pídanle que les cuente, por ejemplo, cómo llegó a ser uno de los agentes secretos más jóvenes de Montreal… No. No. Es decir…
Es el compañero perfecto para los demás niños. Renée y Buford, sus mejores amigos, pueden corroborarlo. Juntos han librado las situaciones más enredadas; como la vez que se libraron de esa plaga del enamoramiento.
En fin… Incluso los adultos tienen que aprender muchas cosas de este niño.
Yo mismo, debo decir, aprendí muchas cosas viéndolo en la televisión. Lecciones que ningún adulto podría enseñar desde el aburrido mundo de los adultos.
Jacobo merece, sin lugar a duda, el primer Crédito de esta premiación.
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